
La ciudad de Sevilla amaneció teñida de verde tras un derbi que devolvió al Real Betis el orgullo y la alegría de reinar en casa. Siete años llevaba el conjunto verdiblanco sin vencer al eterno rival en Liga, pero el equipo de Manuel Pellegrini rompió la maldición con una remontada que supo a gloria. El 2-1 frente al Sevilla no solo amplía la racha a seis victorias consecutivas en Liga, sino que reafirma el cambio de jerarquía en la capital andaluza. Mientras el Betis se asienta entre los grandes, el Sevilla se hunde en la mediocridad, incapaz de imponer su escudo donde antes infundía respeto.
El derbi comenzó con intensidad desde el primer segundo, sin respiro para nadie. Betis y Sevilla se presentaron con sus mejores galas, conscientes de que más que tres puntos había en juego el orgullo de toda una ciudad. Pellegrini apostó por Pablo Fornals como titular, inspirado quizá por su gran actuación en Guimarães, mientras Pimienta sorprendió dando entrada a Juanlu para explotar la velocidad en las contras. El ambiente en el Benito Villamarín era eléctrico, con el público empujando a los suyos en un partido que no dio tregua ni un instante. Cada balón dividido era una guerra y cada metro, una conquista.
El Sevilla golpeó primero. Tras un aviso de Isaac, un pase largo de Badé rompió la zaga verdiblanca y Lukebakio, tras mantener el equilibrio ante tres rivales, asistió a Vargas, que definió con precisión para silenciar el Villamarín. Era el enésimo golpe nervionense en territorio enemigo, pero el Betis actual no se derrumba. Con calma y carácter, los de Pellegrini rearmaron su plan. En una jugada elaborada, Fornals encontró el desmarque de Sabaly, que puso un centro perfecto para la llegada desde segunda línea de Johnny Cardoso. El estadounidense empalmó con fuerza y devolvió la esperanza a Heliópolis. El empate era el reflejo de un equipo maduro, que sabe esperar su momento sin precipitarse.
El ritmo del partido era frenético, con chispas de tensión en cada disputa. Y en el momento más caliente del primer tiempo, apareció la clase. Isco, con un toque de genio, filtró un pase sublime a Cucho Hernández, que definió con sangre fría ante Nyland en el añadido de la primera parte. Dos tiros, dos goles. El Villamarín explotó en júbilo. El Betis había remontado el derbi antes del descanso, impulsado por la magia de su capitán y la fe de un equipo que ya no teme a nadie.
En la reanudación, el Betis rozó el tercero. Una falta ejecutada por Isco acabó en un potente disparo de Antony que obligó a Nyland a una parada espectacular. El Sevilla trató de reaccionar con los cambios: Pimienta dio entrada a Saúl y Akor Adams buscando aire y pegada, pero su equipo se desinfló. Sin control en el centro del campo ni claridad en los metros finales, los visitantes se estrellaban una y otra vez ante la solidez verdiblanca. Pellegrini refrescó su ataque con Aitor Ruibal y Lo Celso, este último regresando tras semanas de baja, y el Betis se dedicó a gestionar el partido con madurez.
Los últimos minutos fueron una muestra de temple y oficio. El Sevilla empujó más por orgullo que por convicción, pero apenas generó peligro. Adrián, sereno bajo palos, mantuvo a raya los intentos rivales. Cuando el árbitro señaló el final, el Villamarín estalló en una celebración que era mucho más que una victoria: era una liberación.
El Betis, sólido, confiado y ambicioso, vuelve a mandar en Sevilla. Pellegrini logra su primer triunfo liguero en el derbi y los suyos encadenan seis victorias que los consolidan como uno de los equipos más en forma del campeonato. En cambio, el Sevilla prolonga su crisis y evidencia que el ciclo de gloria se ha agotado. Esta vez, la ciudad es del Betis. Y la corona, también.

